Ayer en los grandes almacenes españoles por excelencia compré la crema de afeitado sin brocha que uso frecuentemente, y que nunca suelo encontrar en ningún otro sitio, sucediéndome algo realmente curioso.
Al dirigirme hacia la dependienta con mi producto ya elegido ésta tuvo que interrumpir una intensa conversación que parecía mantener con una compañera lo que pareció desagradarle sobremanera aunque yo no le di más importancia.
Sin mediar palabra, y un tanto rancia todo hay que decirlo, cogió el producto, leyó el código de barras y tecleo en su TPV tras lo cual sin decir tampoco ni palabra yo le facilite un billete de 20 Euros que acababa de sacar de mi cartera.
Fue entonces cuando, con un ademan irreverente paso mi billete por el equipo detector de billetes falsos que tienen instalado en cada TPV, sin que afortunadamente se detectara nada raro en mi billete.
Dicha actitud, que me parece lógica cuando se trata de billetes de mayor valor, me sorprendió que fuera utilizada con un billete de tan poco calado, aunque todo hay que decirlo nunca está de más. Hasta ahí todo bien, o mejor dicho normal, o incluso puede decirse un poco mal pero en fin ese no es el asunto.
Tras el “clink” y la apertura del cajón que siguió a sus rápidas y agiles pulsaciones del teclado me invito, aun ciertamente arrogante, a coger mi cambio que incluía, a parte de algunas monedas, dos billetes uno de 10 y otro de 5 Euros. Como dije la compra había sido de poco importe.
Fue entonces cuando por fin nos cruzamos las miradas y yo, con bastante esfuerzo e intentando imitar un gesto de amabilidad le sonreí señalándole el detector de billetes falsos e invitándole a que mis nuevos billetes siguieran el mismo camino que el billete que yo le había dado pero en sentido contrario. ¿Si mi dinero no es de fiar porque lo tiene que ser el suyo?
Todo hay que decir que la iniciativa le contrarió al principio pero en milésimas de segundo, tal como todo lo que había ocurrido hasta ahora, con una gallardía y decisión sorprendentes se dispuso a pasar sus, hasta este momento, billetes por el detector de billetes falsos, no en vano se lo había pedido el CLIENTE, sí con mayúsculas.
Este acto pareció iluminarla y le hizo darse cuenta que con quien estaba hablando era con el CLIENTE, ese que sale siempre en los cursos de formación interna, calidad, etc. y con quien le han dicho cientos de veces que debía establecer una relación basada en el servicio, atención, etc. muy lejos por cierto de la actitud que me había deparado hasta ese momento.
A tenor de las miradas y los comentarios que se escuchaba de otras personas que me seguían en la cola este simple acto de inesperada asertividad por mi parte parecía coincidir exactamente con lo que todo el mundo le gustaría hacer en estos casos y por uno u otro motivo no acaba haciendo, os aseguro que es genial, os invito a que no os reprimáis y lo hagáis siempre que podáis.
Cuando duden de la “honorabilidad” de vuestro dinero, dudar de la honorabilidad del suyo.
Javier Peris